Comentario
El mundo europeo de finales del siglo XVII es un ámbito que va a sufrir profundas transformaciones. La Europa del Renacimiento va a dejar paso a un mapa político, social y cultural radicalmente distinto.
La primera gran transformación a observar es la consolidación de las unidades políticas llamados estados nacionales. Final de un proceso que dura desde la Edad Media, las monarquías europeas reafirman un poder que le era discutido desde diversas instituciones y facciones, como la nobleza territorial, las ciudades o la Iglesia. El poder del monarca se hace ahora incuestionable y el ámbito de actuación de los estados se perfila nítidamente sobre un territorio concreto. En consecuencia, las relaciones internacionales van a pasar a ser un asunto de la mayor importancia y que ocupará buena parte de las preocupaciones de reyes y gobiernos. Guerras y diplomacia serán dos lenguajes que se manejarán desde las chancillerías, ocupando un gran espacio en los asuntos europeos.
El asentamiento del poder real impondrá nuevos modos sociales, articulando la monarquía en torno a sí una clase ociosa, la nobleza cortesana, dedicada al servicio del monarca. La construcción de suntuosos palacios requerirá la implantación de una industria decorativa que llene los edificios de lujo y esplendor, siguiendo el modelo de Luis XIV. La austeridad, más propia de monarcas anteriores, como Carlos V o Felipe II, ha pasado de moda.
Los avances técnicos y científicos y el triunfo del mercantilismo como sistema económico dominante facultarán el conocimiento, exploración y colonización de regiones alejadas, como Japón, China o la India, con las que se intentará comerciar o, más simplemente, extraer sus materias primas, especialmente en el caso de África.